Ella intentó despertar de ese sueño y no lo logró. Toda esa irrealidad la mantenía fuertemente arraigada a ese imposible. Se sentía sorprendida, atraída y a la vez feliz, como perteneciente a ese lugar tan hermoso en el que estaba. Ella y él no paraban de mirarse, de buscarse entre la finitud de lo que significaban dentro de ese paisaje avasallador que tenían como escenario. Hablaban en complicidad como dos personas que comparten un mismo lenguaje cifrado en códigos que sólo ellos entendían y lo ponían a prueba.
De fondo estaba el mar, con sus suaves olas que rompían en la orilla y arrastraban un pedacito de arena para llevárselo y luego no saber si lo traerían de nuevo a su lugar. Así se encontraban ellos, dos amantes que lo estaban dando todo el uno al otro pero sin saber si volverían a la realidad. Una brisa cálida recorría sus rostros, jugando con el cabello suelto de ella para que el tuviera oportunidad de recogérselo y ver mejor su cara a la luz de la luna. Una luna que estaba radiante, entera, casi perfecta para la ocasión, que se ubicaba por encima de ellos ofreciéndoles una tenue luz en la inmensidad de esa solitaria playa.
Unas horas antes de la llegada de ella, él preparó todo. El lugar se veía hermoso por la lejanía de los problemas con que lidia el mundo día a día, tranquilo sin los barullos de una urbe que no descansa, sólo el ruido de las olas.
¿Por qué debía ella entonces despertar de ese sueño? ¿Acaso imaginar estar con otro hombre que no fuera su prometido la abrumaba y la obligaba a no cometer algún error que lastimara a su pareja?
Durante un largo rato permanecieron acostados en la arena observando el firmamento. Cada constelación fue identificada, se volvió un desafío ver quién de los dos las descubría más rápido. Luego él girando suavemente su cuerpo hacia ella le declaró su amor y ella permaneció en silencio. Simplemente se miraron y él lo entendió todo: lo que quería escuchar no podían pronunciarlo sus labios, pero si sus abrazos y caricias.
Es difícil poner en palabras lo que aquella joven pensaba o imaginaba. Tal vez verse envuelta en esa situación la incomodaba por momentos pero muy en el fondo lo deseaba. O quizás cada movimiento, cada gesto y sonido que emitía estaba calculado. Sin embargo a él eso no le interesaba en lo absoluto, le importaban los sentimientos; el lenguaje del cuerpo no miente y muchas veces deja al descubierto todo aquello que las palabras producto de la mente no pueden decir.
Ese fue el momento mágico para ella, que imaginó una y mil veces desde aquella vez en que apareció en su vida como amigo.
El tiempo fue pasando, algunos años en el haber y sentimientos que ya no podía ocultarse en el debe. Así fue como él no tuvo más opción que alejarse porque ya había otro hombre en su vida y partió sin despedida con el amor que no pudo ser.
Pero el tiempo que todo lo cura, todo lo ablanda y todo lo olvida -pensó ella- un día se apoderó de uno de sus sueños y lo hizo realidad.
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