Cuántas decisiones se toman al día? ¿Unas pocas, una decena, cientos? A lo largo de cada jornada elegimos muchas veces; algunas elecciones son relevantes y otras son poco significativas, pero todas, en mayor o menor medida, van moldeando la vida que acabamos por tener. Por eso son tan importantes. ¿Pero qué hace que se tome una mejor o peor decisión? ¿Qué aspectos de una persona y de la realidad confluyen para que cada quien opte por el camino que finalmente toma?
De qué se trata
Decidir es un proceso que comienza con el reconocimiento de un problema o un conflicto y, en el mejor de los casos, termina con una elección que cobra vida cuando la solución puede aplicarse en un contexto determinado. Puede decirse entonces que decidir es un proceso donde están involucrados la persona que selecciona la opción entre varias alternativas de acción, las metas que la persona pretende alcanzar con sus acciones, sus preferencias, los criterios que utilizará para seleccionar, la estrategia que elegirá para alcanzar sus objetivos, los recursos de que dispone, la situación del entorno que la rodea y, por supuesto, el resultado, que conlleva un cierto grado de riesgo o de incertidumbre. Además, la libertad y el tiempo disponibles para evaluar las diversas opciones resultan también factores determinantes en el proceso de decidir.
La perspectiva básica desde la que alguien elige es lo que se denomina su paradigma. Lo cual no es otra cosa que un mapa cognitivo; es decir, la suma de creencias que configuran el universo personal y desde el que cada uno decide en función de su percepción de determinada situación. Lo que importa destacar aquí es que cada uno de nosotros percibe la realidad desde su propia mirada: ésta no es otra cosa que una construcción personal. Como si esto fuera poco, lo que percibimos determina lo que hacemos. Pero eso no es todo. Por lo general, las respuestas a los problemas se basan en las experiencias pasadas, que con el tiempo fueron forjando patrones dominantes de pensamientos llamados estereotipos. Y una de las razones por las que estos estereotipos tienen tanta vigencia es porque están cargados de emociones. Como escribe Estanislao Bachrach en su libro Ágilmente: "No somos seres racionales con sentimientos. Somos seres emocionales que aprendimos a pensar". Pero si lo que aparece es una situación nueva, los patrones de pensamiento no sirven. Y, por lo tanto, es necesario buscar una nueva respuesta a eso que nos desafía. Entonces, ¿cómo decidir de la mejor manera posible en un contexto nuevo?
Cada elección implica enfrentarse a una serie de factores que condicionarán la opción a tomar. Conocerlos puede ayudar a decidir escogiendo la mejor alternativa.
Falta de tiempo: uno de los principales problemas que surgen a la hora de decidir es la relación entre el nivel de complejidad de la decisión y el tiempo disponible para tomarla. Lo ideal es no apurar una decisión importante.
Trabajar con el problema equivocado: Daniel Kahneman fue el primer psicólogo que recibió el Premio Nobel de Economía (2002) por desarrollar distintos tipos de investigaciones en las que demuestra que tomamos decisiones más allá de la racionalidad lógica y consciente. Sus estudios señalan que la manera en que se comunica una situación construye el marco o punto de vista del problema y éste determina todo el proceso de toma de decisiones.
Fallar en la identificación de lo que se desea: si nos equivocamos en identificar nuestros objetivos, erraremos el camino.
No explorar todas las alternativas posibles: aparece sobre todo cuando hay que tomar una decisión para resolver un problema nunca experimentado.
No ver consecuencias que son cruciales: esto sucede cuando no advertimos la influencia determinante que tienen las variables intervinientes y su impacto en el futuro próximo.
Perder de vista el objetivo principal: cuando existen objetivos contradictorios necesitamos lograr el equilibrio entre ellos sin caer en la ilusión de la complementariedad de los opuestos.
Dilación indebida: muchas veces no se toma una decisión por las emociones negativas que trae aparejadas. En general, ese tipo de demoras sólo agranda los problemas.
No prestar atención a la incertidumbre: la incertidumbre es parte de la vida. Sin embargo, podemos reducir el grado de desconocimiento de la situación que enfrentamos utilizando herramientas que permiten evaluar y comparar las alternativas que nos acercan al resultado deseado.
No medir nuestra tolerancia al riesgo: expone a situaciones poco conocidas donde se tiende a decidir de modo irracional, presentando aversión al riesgo o bien propensión al mismo.
Fallar en el timing cuando las decisiones están concatenadas: Ocurre cuando no tenemos en cuenta los pasos sucesivos que se dan en un proceso determinado.
Guiarse sólo por impulsos: la percepción de una situación actual está determinada por las emociones que se generaron en experiencias pasadas a las que se asocia esta nueva. Por lo tanto, se termina respondiendo como en el pasado.
Parálisis por análisis, miedo o desorientación: No decidir es también una decisión, la peor de todas.
Profecías autocumplidas: se orienta la conducta hacia acciones que provocan la realidad temida o anhelada. Lo cierto es que, ante una elección relevante, la persona necesita salir de su zona de confort para analizar, con la mayor amplitud posible, lo que está en juego. Y si bien muchos de los aspectos de la elección están fuera de su control, conocimiento o comprensión, existen ciertas trampas a las que hay que prestar atención para no caer en ellas al decidir.
Tomar coraje
Para ahorrar energía, el cerebro funciona según a la información que tiene registrada. Se guía por las impresiones, tendencias, estimaciones, recuerdos, datos e ideas iniciales. La humana tendencia a responder con estereotipos nos hace buscar certezas, asociando fenómenos que no tienen ninguna relación entre sí. También es frecuente elegir la alternativa que perpetúa la situación actual, ya que nos sentimos seguros cuando podemos controlar lo que vivimos. Por eso resulta muy común que sólo se busque información que apoya las intuiciones, opiniones o perspectivas actuales, y se dejen de lado aquellas evidencias que las contrarían. Cuando alguien confía demasiado en sí mismo, la gama de alternativas se reduce mucho y así queda muy acotada la decisión por tomar. También puede ocurrir lo contrario: ser excesivamente prudente y hacer estimaciones muy conservadoras, lo que puede llevar a decisiones equivocadas. Al considerar los peores escenarios, se toman demasiados recaudos, se presupuestan grandes costos para evitar los aspectos negativos y son pocos los beneficios que se obtienen.
Es sabido que los sucesos dramáticos o trágicos dejan sus marcas en el aparato psíquico que afectan las elecciones futuras. Tendemos a elegir de manera de justificar nuestras elecciones pasadas. Muchas veces, más de lo que se reconoce públicamente, al decidir creemos que seremos favorecidos por entidades sobrenaturales porque somos especiales. Decidir es difícil porque significa aceptar que no se puede todo, que una alternativa descarta la otra. Significa, básicamente, que al tomar un camino, necesariamente se deja otro sin transitar. Y esto cuesta. Además, ante una situación nueva, nuestra zona de confort se ve amenazada y tendemos a responder con los patrones dominantes de pensamientos. Entre otras cosas aparecen prejuicios, creencias, dogmas y principios que gobiernan el comportamiento. Frente a lo nuevo hay que contar con el coraje de tolerar la ambigüedad, la inconsistencia y la incertidumbre.
Pensar de modo creativo requiere la aptitud de asociar entre dos o más ideas diferentes, ir más allá de lo conocido y creado. Tener la audacia de pensar cuántos puntos de vista diferentes hay para dar respuesta a ese nuevo problema que plantea un desafío. Leonardo da Vinci decía que algo no podía ser comprendido hasta que no fuera observado por lo menos desde cuatro perspectivas diferentes. Para ello es necesario desestructurar los modelos mentales (¡algo ciertamente difícil!). Toda decisión creativa es producto de haber tomado riesgos, ya que la comodidad es enemiga de la grandeza.
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