En nuestra relación con las personas, -todos esos que llamamos “el prójimo”-, el amor siempre tiene que ir por delante, mucho antes que cualquier conducta del otro o de cualquier circunstancia de su persona.
El amor es el punto de partida.
A ese “otro”, de entrada se le quiere, se le valora, se está dispuesto a ayudarle,
a fomentar su bien.
Este enfoque tan a ras de tierra nos lo brinda el Padre Luis de Moya, quien
afirma que, “más que ‘dar’, el amor es ‘comprender’. Por eso, si tienes el deber
de juzgar, busca una excusa para tu prójimo, que las hay siempre. Y antes que
nada, rezar: Rezar por quienes nos parece que no actúan como debieran.”
Comenta Mons. Jesús Sanz Montes que “el amor que calcula, el que pide
condiciones, ése no le interesa a Jesús. Acaso pensamos que no tenemos
grandes enemigos, y es muy posible que así sea. Pero la enemistad que Jesús
nos invita a superar con amistad, y el rencor que Él nos urge a superar con
amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.
El amor que Jesús nos propone es el que debemos adoptar como parte de
nuestra forma de ser y que sea gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos
o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes. Todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos: el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.”
Como discípulos, todos estamos llamados a ser santos. Cuando oímos esto nos
cuestionamos si se estarán refiriendo a nosotros. Y descartamos la idea
considerando que se refieren a los sacerdotes y obispos, las monjas y los
religiosos. Quizás también a algunos laicos muy comprometidos en sus
quehaceres evangelizadores. Sin embargo, afirma Fray Fernando Torres Pérez
que “la santidad del cristiano no consiste en hacer muchas penitencias ni
mortificaciones. Tampoco estriba en dedicar la vida a la oración y a la
meditación. Ser santos es amar y amar hasta el extremo.
Es amar a los enemigos. Es renunciar a lo que podría ser justo según este mundo para optar por la fraternidad, por la hermandad a cualquier precio. Hasta el precio de pagar con la propia vida. Exactamente igual que hizo Jesús. Porque ser cristiano no es más que seguir el camino del Maestro.”
¡De por Dios! ¡En qué idioma tendrán que decírnoslo! ¡El rencor no tiene cabida
en el corazón de un seguidor de Cristo! Y no es cuestión de decir: “Yo no lo odio, ni le tengo rencor, sino que no me siento preparado para perdonarlo…” ¡NO! ¡Que eso no está en ningún sitio del Evangelio!
Decídete a perdonar, decídete a amar. El perdón, como el amor, no es un
sentimiento, es una decisión. Hazlo, y hazlo ya.
Es Jesús quien te lo pide.
Juan Rafael Pacheco
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