domingo, 17 de marzo de 2013

Todo es realidad, nada es cuento (2 parte)

 Al bailes de primera como de costumbre fuimos en comitiva juvenil. Al entrar lo vi con la copa de whisky en la mano. Estaba con los amigos. Nos ubicamos donde se ubican los jóvenes. Nos reunimos en charla sin fin sin dar importancia al resto, ni siquiera a la música. Después de un rato mis amigas quedaron mudas, con la expresión congelada. Era evidente que a mis espaldas estaba sucediendo algo. Quede tiesa a la espera de la catástrofe que habría de suceder de acuerdo con las caras, hasta que un perfume importado se agachó hasta mi estupefacción y me invitó a bailar. En plena danza me abstraigo y trato de dilucidar si es cierto, si puede ser cierto, si podría llegar a ser cierto que estoy en brazos del inaccesible Julio Pellegrini, al que crei viejo y es un atractivo joven de un poco más de treinta años. Lo miro como si mirara al Mesías. Me sonrie y me dice:
-Qué linda sos, pareces un cascabelito.

-No está bien que baile con usted-le respondo a manera de defensa.

-¿Por qué?

-Porque es casado.

-Divorciado.

-Es lo mismo.

-No es lo mismo.

-Para mí, sí.

-Sos tozuda ¿eh?

Después arrastré hasta el baño a mi amiga Tita para que me dijera qué quería decir tozuda.

-¿Eso te dijo?

-Si.

-¡Ah!

 Nunca supe si ese ¡ah! fue de admiración o de burla.
 Julio me dedicó la noche y yo le dediqué la noche. Después de un gracias por tu compañía y de mi torpe hasta mañana, nos separamos sin promesas.
 El alba me encuentra acodada en la ventana con el vestido puesto, el maquillaje y los tacos altos. Saboreo lo que pasó en la noche. Otra vez pienso en la casa y creo que ella estará ansiosa por conocer los sentimientos de su habitante.
Yo también quiero conocer sus sentimientos. Que puede sentir un hombre de mundo como él por una pueblerina tonta, a pesar de que dijo que hacia mucho tiempo que me había descubierto. Mientras pienso siento su perfume tan diferente del azufre y del alcanfor que suponíamos con las chicas. Abandono la ventana y me acuesto, no para dormir sino para seguir soñando despierta.
 Ricky ya no estaba en mi vida.
 El domingo seguimos con el ritual de ir al bar después de la misa vespertina. Ninguna de mis amigas deja de patearme bajo la mesa cuando entra. No me doy vuelta. No lo necesito si cada una me va avisando entre dientes lo que ve. No lo miro con los ojos pero si con el alma y sé que nadie toma la copa como él, ni existe otro hombre que haga volutas con el humo con tal maestría. Jamás alguien lució tan bien una camisa celeste.
 Llega el mozo con una bandeja y dice que es una atención del señor Julio Pellegrini. Después la vida me enseñó que son gentilezas para iniciar un acercamiento. Nosotros no supimos cómo actuar y al rato salimos a los tropezones, sin siquiera saludar.
 El valle se acurrucó en su manto verde a la espera que las piedras ruginosas le confirmaran la noticias. Las elecciones ondularon sus caderas para dejar pasar las ráfagas parlanchinas. El mar se encrespó incrédulo y el pueblo todo se convulsionó. Nadie dejó de comentar que Julio Pellegrini, hombre maduro y divorciado, estaba de novio con una chiquilina, la menor de los Nocetti.
 Otra vez el revuelo familiar. Papá se sumergió en un angustioso mutismo, deambulaba por la casa con la expresión de ¡socorro! ¡Caperucita está a merced del lobo! Mamá directa y combativa.

-Nena, es un hombre grande para vos.

-Tiene sólo trece años más que yo.

-Pero es casado.

-¡Divorciado, mamá!

-Es lo mismo.

-No es lo mismo.

-Hay tantos jóvenes solteros...

-Ricky era joven y soltero y vos también te opusiste.

 Nuevamente el apoyo de mis hermanos. Cecilia con su optimismo de que todo iría bien y Darío con su coherencia de que la felicidad depende de cada uno.
 Como corresponde a un caballero, Julio solicitó una entrevista con mis padres. Les habló de sus sentimientos y les dijo que cuando la relación estuviera consolidada nos casaríamos en Méjico ya que él no podía hacerlo en Argentina.
 Para formalizar el compromiso organizó una reunión en su casa. Fueron mis padres, mis hermanos, los cuatro abuelos, la única tía que vive en el pueblo y su familia y mis tres amigas íntimas. La casa es lo opuesto a lo que la gente cree, no es una ermita sino una mansión por la riqueza de afectos. Son cuatro hermanos, Víctor y Neca, casados, Juan Carlos el menor, soltero. Desde la muerte e los padres Julio vive solo, cuida los campos y consiente a los sobrinos. Víctor se ocupa de la parte contable, Neca hace de secretaría y Juan Carlos estudia en Boston y después voló a Méjico a presenciar nuestra ceremonia. Y está la amada tía Coché. En la fiesta estuvieron, además, los amigos, uno con su novia, dos con sus esposas y otro, solo.
 Las dos familias se unen. La abuela Emma intercambia recetas culinarias con la tía Coché. Papá charla con Víctor. Neca me toma del hombro y me hace recorrer la casa. El amigo de Julio ensaya miraditas con Cecilia. Los abuelos departen con el marida de la tía Coché. Mamá le promete a Julio que irán a presenciar la boda. ¡Ay, Dios, decime que esto no es un sueño!

 Nos casamos en Méjico y luego de quince días en Acapulco volvimos rebosantes, dueños del universo. Vivimos tres años de amor pleno en los que vi por los ojos de Julio, escuché por sus oídos  reí su risa, soñé sus sueños y él me amó como si cada instante fuera el último. Pero casi inconscientemente algunos granitos de arena fueron cayendo. Esos granitos formaron una duna primero y un desierto después. Al principio me persiguió el fantasma de Morena Arriaga, me incomodaba la idea de que hubiera estado en la casa. Pensaba que ella había dispuesto el lugar de las cosas, que la decoración respondía a su gusto y me fastidiaba. Intentaba renovar los ambientes y no sabia cómo hacerlo, de esas cosas siempre se ocuparon mamá y Cecilia. Con la protección de papá siempre viví según me dictaban la piel y el corazón, al cerebro le daba poca importancia. Veía los anaqueles repletos de libros, quería leerlos y temía aburrirme. Julio los devoraba mientras yo me deleitaba con las revistas de actualidad.
 Mi inseguridad hizo crisis, me consideraba insignificante, pobre de conocimientos, desnuda de sociabilidad. No sabía cómo desenvolverme, los demás lo notaban y me sobreprotegían. El ama de llaves me cuidaba como si fuera su hija, el jardinero me mimaba y Julio festejaba mis chiquilinadas como un tío solterón y yo quería ser la señora de la casa. Tampoco podía ostentar ese lugar porque ante la ley no era la señora Pellegrini, era Leticia Nocetti, estado civil, soltera.
 Me sentía nada en medio del todo.

CONTINUARÁ...

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