sábado, 23 de marzo de 2013

Todo es realidad, nada es cuento (final)

 Se despiertan en mí deseos de superación. Necesito convertirme en una dama culta y elegante. Para cubrir mis complejos, ataco. Reclamo. Hago notar la falta de validez de nuestro matrimonio. Julio agota los recursos de persuasión y no me convence. Decido irme y me voy.
 La casa me ve partir y se recuesta en su desazón. El sol se oculta entre las nubes para disimular su confusión. Todos me miran sin entender. Nadie puede creer. Ni yo puedo creerlo.
 Me alejo. Estoy decidida pero me duele. Vuelvo la cabeza con la ilusión de ver una mano levantada llamándome.
 Sólo quietud y silencio.
 Me instalé en la ciudad y me dediqué a estudiar compulsivamente. Logré ubicarme como recepcionista en una empresa de trasporte aéreo mientras asistía a clases de inglés y francés. Hice cursos de decoración, de urbanismo, hasta de ceremonial y protocolo. Sufrí. Lloré. Esperé. La carta no llegaba.El teléfono no sonaba. Traté de adaptarme al nuevo horizonte sin dejar de extrañar ese otro horizonte donde las voces del viento son fieles mensajeras. Las voces no se acercaban a contarme que alguien vendría por mí. Me preguntaba si no habría de arrepentirme y si el día que me arrepintiera no sería demasiado tarde.
 Por pedido de mi padre fui a hacer unos trámites inmobiliarios.

-Necesito actualizar algunos datos de las propiedades de Nocetti.
 El joven va en busca de las carpetas y vuelve.
-¿De qué Nocetti, señorita?
- De Antonio Nocetti- le respondo sorprendida porque papá es el único en esa zona- ¿o hay otro Nocetti que yo no conozca?
- No sé, pero acá hay una propiedad a nombre de Leticia Nocetti.
- Leticia Nocetti soy yo.
-Entonces es suya, quédese tranquila, los impuestos están al día.
-¡Yo no soy propietaria! ¡No tengo bienes materiales!-exclamo como si él estuviera atacándome.
 Me mira como a alguien que sale de un psiquiátrico. Le pido que me deje ver las carpetas. Aún hoy no puedo explicar lo que sentí en ese momento.
 Volví a casa y llamé a Julio.

-¿Qué significa eso de que tu casa está a mi nombre?
- Nuestra casa.
-Es tu casa, la casa de tu familia.
-Te amo.
-Quiero que me expliques...
-Te amo.
-¿No sabes decir otra cosa?
-Es que sólo sé que te amo.

 Corto y sigo indignada y lo extraño y lo necesito y trato de calmarme y no puedo y lo amo hasta el delirio y me pongo a llorar a los gritos.
 Como la voz del pastor que emerge entre los cerros, imprudente y prolongada, llegó el rumor de que Ricky preguntaba por mí. No quise verlo por no herirlo porque él, que me conocía de niña, con sólo mirarme se daría cuenta de cuán enamorada estaba. Ricky quedó en el recuerdo como el bife jugoso y el puré, alimentos que en otros tiempos eran indispensables, pero después de saborear otros manjares y paladear el buen vino no podía volver a ellos porque me resultarían desabridos.
 El teléfono me despertó una mañana.

-¡Tía Coché, qué gusto escucharla!
-Leticia querida, espero no te incomode lo que voy a decirte.
-Qué pasa. No me asuste.
-Voy a ser directa. Quiero que vengas. Julito no está bien.
-¡¿Qué tiene!? ¡Por favor!
-Está con gripe, una bronquitis que no puede superar.
-El cigarrillo. Es por el cigarrillo, otra vez ese maldito vicio, yo le dec...
-¿Vas a venir? Perdoname, soy una vieja metida...nosotros estamos al lado, pero él te necesita a vos.
 Fui de noche porque a Julio le gusta la noche. Estaban en la casa tía Coché, Víctor y Neca con sus respectivas familias. La reunión habitual de los sábados, me dije. Después advertí que era martes. No pude dejar de recordar cuando creíamos que era una vivienda despojada de afectos con un viejo solitario. En el pasillo vi una silla de ruedas.
 Julio está en la cama, no tiene aspecto de enfermo. Tiemblo como la primera vez. Los ojos verdosos cuajados de ternura, los brazos oferentes y yo que lo miro como si mirara al Mesías. me siento al lado de la cama y comenzamos a hablar quedamente, saboreamos cada palabra. me ira de pies a cabeza.
 -Creí vendrías vestida de fiesta y con aires de gran dama...¿y? ¿aprendiste todas esas cosas que querías aprender?
 Veo los tacos bajos, mis cabellos al viento, la falta de maquillaje y no sé qué responder.
-¡Tonta!- me ronronea y se ríe con esa risa que sólo él sabe reír, me pasa la mano por el rostro como si limpiara un vidrio empañado- sos tonta, para qué querés cambiar si así te conocí y así te quise. Te lo dije mil veces...
 Me toma entre sus brazos y me dejo estar, no toco el tema de la casa para no alterar ese momento. Es él quien lo hace.

-¿Ya se te pasó el enojo?
Levanto los hombros en un tácito no sé.
-Me alegró tanto escucharte enojada.
-¿Te alegró que me hubiera enojado?
-Me alegró porque no cambiaste. Con esa reacción demostraste que seguís siendo mi chiquilina.
-No me explicaste lo de la casa.
-No hablemos de eso ahora, pero para que te quedes tranquila te digo que esta casa es tuya porque sos la dueña de mi vida.
 Entra la tía Coché con la bandeja.
-Como sé que tienen mucho de qué hablar les traigo la cena para que coman juntitos y tranquilos.
 Me llamó la atención que estuvieran todos y Julio no compartiera la mesa.

 Víctor me llevó a casa de mis padres y a solas, en el auto, pudimos hablar.
-Julio no puede caminar. ¿verdad?
-¿No hablaron de eso?
-No.
-No le preguntaste para no incomodarlo ¿no? Sos única, Leticia, por eso te queremos tanto...Julio tiene una enfermedad que se lama postración emotiva.
-Postración emotiva, entonces es psíquico, todo pasa por la cabeza.
-Exacto.
-Y los médicos qué dicen.
-Eso, que es psíquico. Estuvo en Boston con Juan Carlos y allá le dijeron lo mismo.
-Y qué va a hacer...qué tratamiento.
-El tratamiento ya empezó esta noche ¿o me equivoco?
 No me mires así, el tratamiento sos vos, Leticia, vos sos la única que lo puede curar. Se enfermó porque te fuiste, no soportó la separación.

-Él ya había pasado por una separación.
-Es distinto, a vos te ama.
-Y qué tengo que hacer.
-Quererlo, estar con él.
-Si yo lo quiero...
 Se ríe a carcajadas y lo veo tan parecido a Julio.
-¿Uf! Vaya si lo querés, quién lo duda-vuelve a reír- ustedes dos...No sabés lo triste que quedó cuando te fuiste. Todos te extrañamos en realidad, él más por supuesto. Y...es un grandulón pero no lo soportó.

-Sin embargo no me buscó.
-Porque se enfermó. Si no hubiese sido por la invalidez, la separación de ustedes no duraba más de una semana. No quiso que te avisáramos, le molestaba que lo vieras así. Nos hizo jurar que no te contaríamos. Cuando se preparaba para ir a Boston, Neca estuvo a punto de llamarte, no podíamos ocultarte algo tan importante...Se puso como loco y nosotros tontamente respetamos su decisión. Después volvió igual, dijimos al diablo con el secreto, la tía te llamó y le avisó después de haber hablado con vos.

-¿Quién lo acompañó a Boston?Podría haber ido yo.
-Neca y yo lo acompañamos. Claro que podías haber ido vos, pero nosotros, no te íbamos a dejar que fueras sola.
-Jamás imaginé que a Julio le pudiera pasar algo así...
-Ustedes van a volver a estar juntos...¿me dejas que te dé un consejo? Ámense, pero no ¡tanto! Lo que te quiero decir es que se amen con normalidad. Vos lo admiras como si Julio fuera un ser superior y él está enamorado como un bobo y por eso cometen locuras como ésa de separarse. Déjense de embromar con idolatrías y vos sácate de la cabeza esas ideas de que tenes que actuar como una dama. ¿Para qué?

 En una semana estuve instalada. Me pareció que las flores agitaron sus pétalos en señal de júbilo. Que los árboles se hamacaron al son de la música de los vientos. Que el mar salpicó bienaventuranzas para que las rocas se las transmitieran a los caminantes. Y todos, en cómplice cofradía, se dispusieron a esperar el nuevo capítulo de esta novela de amor.
 Julio me cobijó con la misma pasión, me amó con la misma entrega. Mi actitud fue diferente. Me olvidé del inglés, del francés y de las clases de protocolo. Me convertí en el bastión del hogar. Me propuse que Julio se recuperaría sin medicinas, sin terapias, sin aparatos, sin bastones. Sólo con mis bazos y nuestro amor. La primera decisión pareció la más cruel, pero fue imprescindible que la tomara: doné la silla de ruedas al hospital.

 Creé espacios para cada uno. Invitaba a mis amigas, pasaba la tarde en casa de mis padres para que Julio, en soledad, pudiera dar rienda suelta a sus desánimos, a sus rabias y también a sus lágrimas. Fue difícil. Muy difícil. Luchamos juntos y tuvimos luchas individuales. Él tuvo que vencer la vergüenza de que lo viera impedido y yo tuve que ayudarlo a combatir esa vergüenza  Todas las mañanas se apoyaba en mí y dábamos un paso, dos, tres. Nos caíamos y nos levantábamos. Ocho, nueve pasos. Nuevamente el retroceso y a recomenzar. Angustia. Esperanza. Desesperación. Entusiasmo. Cada día un empezar. Progresos y caídas. Triunfos y derrotas. Veinte pasos, treinta. Después fueron las caminatas por el jardín, luego las sesiones de natación y ¡la recuperación final!

 Ahora estoy en la puerta de mi reino, el trono en el que me ubicaron por ser simplemente Leticia. Llega Julio. Lo veo avanzar por el sendero y no puedo correr a recibirlo. Ya no. Ahora soy yo la que necesita de su abrazo. Estoy lenta, pesada y torpe. Nueve lunas redondearon mi cintura. Hay olor a parto en la casa de la colina.

Extraído de "Cuentos que no son cuento", Zunilda Blanchet, Corrientes, 2007.

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