domingo, 31 de marzo de 2013

Todo es posible


Ser feliz no es tener una vida perfecta, es soñar y llorar al mismo tiempo...

Ser feliz es amar aunque a veces te golpee...

Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir a pesar de todos los desafíos...

Ser feliz es dejar de ser víctimas de los problemas para volvernos autores de nuestra propia historia.



sábado, 23 de marzo de 2013

Todo es realidad, nada es cuento (final)

 Se despiertan en mí deseos de superación. Necesito convertirme en una dama culta y elegante. Para cubrir mis complejos, ataco. Reclamo. Hago notar la falta de validez de nuestro matrimonio. Julio agota los recursos de persuasión y no me convence. Decido irme y me voy.
 La casa me ve partir y se recuesta en su desazón. El sol se oculta entre las nubes para disimular su confusión. Todos me miran sin entender. Nadie puede creer. Ni yo puedo creerlo.
 Me alejo. Estoy decidida pero me duele. Vuelvo la cabeza con la ilusión de ver una mano levantada llamándome.
 Sólo quietud y silencio.
 Me instalé en la ciudad y me dediqué a estudiar compulsivamente. Logré ubicarme como recepcionista en una empresa de trasporte aéreo mientras asistía a clases de inglés y francés. Hice cursos de decoración, de urbanismo, hasta de ceremonial y protocolo. Sufrí. Lloré. Esperé. La carta no llegaba.El teléfono no sonaba. Traté de adaptarme al nuevo horizonte sin dejar de extrañar ese otro horizonte donde las voces del viento son fieles mensajeras. Las voces no se acercaban a contarme que alguien vendría por mí. Me preguntaba si no habría de arrepentirme y si el día que me arrepintiera no sería demasiado tarde.
 Por pedido de mi padre fui a hacer unos trámites inmobiliarios.

-Necesito actualizar algunos datos de las propiedades de Nocetti.
 El joven va en busca de las carpetas y vuelve.
-¿De qué Nocetti, señorita?
- De Antonio Nocetti- le respondo sorprendida porque papá es el único en esa zona- ¿o hay otro Nocetti que yo no conozca?
- No sé, pero acá hay una propiedad a nombre de Leticia Nocetti.
- Leticia Nocetti soy yo.
-Entonces es suya, quédese tranquila, los impuestos están al día.
-¡Yo no soy propietaria! ¡No tengo bienes materiales!-exclamo como si él estuviera atacándome.
 Me mira como a alguien que sale de un psiquiátrico. Le pido que me deje ver las carpetas. Aún hoy no puedo explicar lo que sentí en ese momento.
 Volví a casa y llamé a Julio.

-¿Qué significa eso de que tu casa está a mi nombre?
- Nuestra casa.
-Es tu casa, la casa de tu familia.
-Te amo.
-Quiero que me expliques...
-Te amo.
-¿No sabes decir otra cosa?
-Es que sólo sé que te amo.

 Corto y sigo indignada y lo extraño y lo necesito y trato de calmarme y no puedo y lo amo hasta el delirio y me pongo a llorar a los gritos.
 Como la voz del pastor que emerge entre los cerros, imprudente y prolongada, llegó el rumor de que Ricky preguntaba por mí. No quise verlo por no herirlo porque él, que me conocía de niña, con sólo mirarme se daría cuenta de cuán enamorada estaba. Ricky quedó en el recuerdo como el bife jugoso y el puré, alimentos que en otros tiempos eran indispensables, pero después de saborear otros manjares y paladear el buen vino no podía volver a ellos porque me resultarían desabridos.
 El teléfono me despertó una mañana.

-¡Tía Coché, qué gusto escucharla!
-Leticia querida, espero no te incomode lo que voy a decirte.
-Qué pasa. No me asuste.
-Voy a ser directa. Quiero que vengas. Julito no está bien.
-¡¿Qué tiene!? ¡Por favor!
-Está con gripe, una bronquitis que no puede superar.
-El cigarrillo. Es por el cigarrillo, otra vez ese maldito vicio, yo le dec...
-¿Vas a venir? Perdoname, soy una vieja metida...nosotros estamos al lado, pero él te necesita a vos.
 Fui de noche porque a Julio le gusta la noche. Estaban en la casa tía Coché, Víctor y Neca con sus respectivas familias. La reunión habitual de los sábados, me dije. Después advertí que era martes. No pude dejar de recordar cuando creíamos que era una vivienda despojada de afectos con un viejo solitario. En el pasillo vi una silla de ruedas.
 Julio está en la cama, no tiene aspecto de enfermo. Tiemblo como la primera vez. Los ojos verdosos cuajados de ternura, los brazos oferentes y yo que lo miro como si mirara al Mesías. me siento al lado de la cama y comenzamos a hablar quedamente, saboreamos cada palabra. me ira de pies a cabeza.
 -Creí vendrías vestida de fiesta y con aires de gran dama...¿y? ¿aprendiste todas esas cosas que querías aprender?
 Veo los tacos bajos, mis cabellos al viento, la falta de maquillaje y no sé qué responder.
-¡Tonta!- me ronronea y se ríe con esa risa que sólo él sabe reír, me pasa la mano por el rostro como si limpiara un vidrio empañado- sos tonta, para qué querés cambiar si así te conocí y así te quise. Te lo dije mil veces...
 Me toma entre sus brazos y me dejo estar, no toco el tema de la casa para no alterar ese momento. Es él quien lo hace.

-¿Ya se te pasó el enojo?
Levanto los hombros en un tácito no sé.
-Me alegró tanto escucharte enojada.
-¿Te alegró que me hubiera enojado?
-Me alegró porque no cambiaste. Con esa reacción demostraste que seguís siendo mi chiquilina.
-No me explicaste lo de la casa.
-No hablemos de eso ahora, pero para que te quedes tranquila te digo que esta casa es tuya porque sos la dueña de mi vida.
 Entra la tía Coché con la bandeja.
-Como sé que tienen mucho de qué hablar les traigo la cena para que coman juntitos y tranquilos.
 Me llamó la atención que estuvieran todos y Julio no compartiera la mesa.

 Víctor me llevó a casa de mis padres y a solas, en el auto, pudimos hablar.
-Julio no puede caminar. ¿verdad?
-¿No hablaron de eso?
-No.
-No le preguntaste para no incomodarlo ¿no? Sos única, Leticia, por eso te queremos tanto...Julio tiene una enfermedad que se lama postración emotiva.
-Postración emotiva, entonces es psíquico, todo pasa por la cabeza.
-Exacto.
-Y los médicos qué dicen.
-Eso, que es psíquico. Estuvo en Boston con Juan Carlos y allá le dijeron lo mismo.
-Y qué va a hacer...qué tratamiento.
-El tratamiento ya empezó esta noche ¿o me equivoco?
 No me mires así, el tratamiento sos vos, Leticia, vos sos la única que lo puede curar. Se enfermó porque te fuiste, no soportó la separación.

-Él ya había pasado por una separación.
-Es distinto, a vos te ama.
-Y qué tengo que hacer.
-Quererlo, estar con él.
-Si yo lo quiero...
 Se ríe a carcajadas y lo veo tan parecido a Julio.
-¿Uf! Vaya si lo querés, quién lo duda-vuelve a reír- ustedes dos...No sabés lo triste que quedó cuando te fuiste. Todos te extrañamos en realidad, él más por supuesto. Y...es un grandulón pero no lo soportó.

-Sin embargo no me buscó.
-Porque se enfermó. Si no hubiese sido por la invalidez, la separación de ustedes no duraba más de una semana. No quiso que te avisáramos, le molestaba que lo vieras así. Nos hizo jurar que no te contaríamos. Cuando se preparaba para ir a Boston, Neca estuvo a punto de llamarte, no podíamos ocultarte algo tan importante...Se puso como loco y nosotros tontamente respetamos su decisión. Después volvió igual, dijimos al diablo con el secreto, la tía te llamó y le avisó después de haber hablado con vos.

-¿Quién lo acompañó a Boston?Podría haber ido yo.
-Neca y yo lo acompañamos. Claro que podías haber ido vos, pero nosotros, no te íbamos a dejar que fueras sola.
-Jamás imaginé que a Julio le pudiera pasar algo así...
-Ustedes van a volver a estar juntos...¿me dejas que te dé un consejo? Ámense, pero no ¡tanto! Lo que te quiero decir es que se amen con normalidad. Vos lo admiras como si Julio fuera un ser superior y él está enamorado como un bobo y por eso cometen locuras como ésa de separarse. Déjense de embromar con idolatrías y vos sácate de la cabeza esas ideas de que tenes que actuar como una dama. ¿Para qué?

 En una semana estuve instalada. Me pareció que las flores agitaron sus pétalos en señal de júbilo. Que los árboles se hamacaron al son de la música de los vientos. Que el mar salpicó bienaventuranzas para que las rocas se las transmitieran a los caminantes. Y todos, en cómplice cofradía, se dispusieron a esperar el nuevo capítulo de esta novela de amor.
 Julio me cobijó con la misma pasión, me amó con la misma entrega. Mi actitud fue diferente. Me olvidé del inglés, del francés y de las clases de protocolo. Me convertí en el bastión del hogar. Me propuse que Julio se recuperaría sin medicinas, sin terapias, sin aparatos, sin bastones. Sólo con mis bazos y nuestro amor. La primera decisión pareció la más cruel, pero fue imprescindible que la tomara: doné la silla de ruedas al hospital.

 Creé espacios para cada uno. Invitaba a mis amigas, pasaba la tarde en casa de mis padres para que Julio, en soledad, pudiera dar rienda suelta a sus desánimos, a sus rabias y también a sus lágrimas. Fue difícil. Muy difícil. Luchamos juntos y tuvimos luchas individuales. Él tuvo que vencer la vergüenza de que lo viera impedido y yo tuve que ayudarlo a combatir esa vergüenza  Todas las mañanas se apoyaba en mí y dábamos un paso, dos, tres. Nos caíamos y nos levantábamos. Ocho, nueve pasos. Nuevamente el retroceso y a recomenzar. Angustia. Esperanza. Desesperación. Entusiasmo. Cada día un empezar. Progresos y caídas. Triunfos y derrotas. Veinte pasos, treinta. Después fueron las caminatas por el jardín, luego las sesiones de natación y ¡la recuperación final!

 Ahora estoy en la puerta de mi reino, el trono en el que me ubicaron por ser simplemente Leticia. Llega Julio. Lo veo avanzar por el sendero y no puedo correr a recibirlo. Ya no. Ahora soy yo la que necesita de su abrazo. Estoy lenta, pesada y torpe. Nueve lunas redondearon mi cintura. Hay olor a parto en la casa de la colina.

Extraído de "Cuentos que no son cuento", Zunilda Blanchet, Corrientes, 2007.

domingo, 17 de marzo de 2013

Todo es realidad, nada es cuento (2 parte)

 Al bailes de primera como de costumbre fuimos en comitiva juvenil. Al entrar lo vi con la copa de whisky en la mano. Estaba con los amigos. Nos ubicamos donde se ubican los jóvenes. Nos reunimos en charla sin fin sin dar importancia al resto, ni siquiera a la música. Después de un rato mis amigas quedaron mudas, con la expresión congelada. Era evidente que a mis espaldas estaba sucediendo algo. Quede tiesa a la espera de la catástrofe que habría de suceder de acuerdo con las caras, hasta que un perfume importado se agachó hasta mi estupefacción y me invitó a bailar. En plena danza me abstraigo y trato de dilucidar si es cierto, si puede ser cierto, si podría llegar a ser cierto que estoy en brazos del inaccesible Julio Pellegrini, al que crei viejo y es un atractivo joven de un poco más de treinta años. Lo miro como si mirara al Mesías. Me sonrie y me dice:
-Qué linda sos, pareces un cascabelito.

-No está bien que baile con usted-le respondo a manera de defensa.

-¿Por qué?

-Porque es casado.

-Divorciado.

-Es lo mismo.

-No es lo mismo.

-Para mí, sí.

-Sos tozuda ¿eh?

Después arrastré hasta el baño a mi amiga Tita para que me dijera qué quería decir tozuda.

-¿Eso te dijo?

-Si.

-¡Ah!

 Nunca supe si ese ¡ah! fue de admiración o de burla.
 Julio me dedicó la noche y yo le dediqué la noche. Después de un gracias por tu compañía y de mi torpe hasta mañana, nos separamos sin promesas.
 El alba me encuentra acodada en la ventana con el vestido puesto, el maquillaje y los tacos altos. Saboreo lo que pasó en la noche. Otra vez pienso en la casa y creo que ella estará ansiosa por conocer los sentimientos de su habitante.
Yo también quiero conocer sus sentimientos. Que puede sentir un hombre de mundo como él por una pueblerina tonta, a pesar de que dijo que hacia mucho tiempo que me había descubierto. Mientras pienso siento su perfume tan diferente del azufre y del alcanfor que suponíamos con las chicas. Abandono la ventana y me acuesto, no para dormir sino para seguir soñando despierta.
 Ricky ya no estaba en mi vida.
 El domingo seguimos con el ritual de ir al bar después de la misa vespertina. Ninguna de mis amigas deja de patearme bajo la mesa cuando entra. No me doy vuelta. No lo necesito si cada una me va avisando entre dientes lo que ve. No lo miro con los ojos pero si con el alma y sé que nadie toma la copa como él, ni existe otro hombre que haga volutas con el humo con tal maestría. Jamás alguien lució tan bien una camisa celeste.
 Llega el mozo con una bandeja y dice que es una atención del señor Julio Pellegrini. Después la vida me enseñó que son gentilezas para iniciar un acercamiento. Nosotros no supimos cómo actuar y al rato salimos a los tropezones, sin siquiera saludar.
 El valle se acurrucó en su manto verde a la espera que las piedras ruginosas le confirmaran la noticias. Las elecciones ondularon sus caderas para dejar pasar las ráfagas parlanchinas. El mar se encrespó incrédulo y el pueblo todo se convulsionó. Nadie dejó de comentar que Julio Pellegrini, hombre maduro y divorciado, estaba de novio con una chiquilina, la menor de los Nocetti.
 Otra vez el revuelo familiar. Papá se sumergió en un angustioso mutismo, deambulaba por la casa con la expresión de ¡socorro! ¡Caperucita está a merced del lobo! Mamá directa y combativa.

-Nena, es un hombre grande para vos.

-Tiene sólo trece años más que yo.

-Pero es casado.

-¡Divorciado, mamá!

-Es lo mismo.

-No es lo mismo.

-Hay tantos jóvenes solteros...

-Ricky era joven y soltero y vos también te opusiste.

 Nuevamente el apoyo de mis hermanos. Cecilia con su optimismo de que todo iría bien y Darío con su coherencia de que la felicidad depende de cada uno.
 Como corresponde a un caballero, Julio solicitó una entrevista con mis padres. Les habló de sus sentimientos y les dijo que cuando la relación estuviera consolidada nos casaríamos en Méjico ya que él no podía hacerlo en Argentina.
 Para formalizar el compromiso organizó una reunión en su casa. Fueron mis padres, mis hermanos, los cuatro abuelos, la única tía que vive en el pueblo y su familia y mis tres amigas íntimas. La casa es lo opuesto a lo que la gente cree, no es una ermita sino una mansión por la riqueza de afectos. Son cuatro hermanos, Víctor y Neca, casados, Juan Carlos el menor, soltero. Desde la muerte e los padres Julio vive solo, cuida los campos y consiente a los sobrinos. Víctor se ocupa de la parte contable, Neca hace de secretaría y Juan Carlos estudia en Boston y después voló a Méjico a presenciar nuestra ceremonia. Y está la amada tía Coché. En la fiesta estuvieron, además, los amigos, uno con su novia, dos con sus esposas y otro, solo.
 Las dos familias se unen. La abuela Emma intercambia recetas culinarias con la tía Coché. Papá charla con Víctor. Neca me toma del hombro y me hace recorrer la casa. El amigo de Julio ensaya miraditas con Cecilia. Los abuelos departen con el marida de la tía Coché. Mamá le promete a Julio que irán a presenciar la boda. ¡Ay, Dios, decime que esto no es un sueño!

 Nos casamos en Méjico y luego de quince días en Acapulco volvimos rebosantes, dueños del universo. Vivimos tres años de amor pleno en los que vi por los ojos de Julio, escuché por sus oídos  reí su risa, soñé sus sueños y él me amó como si cada instante fuera el último. Pero casi inconscientemente algunos granitos de arena fueron cayendo. Esos granitos formaron una duna primero y un desierto después. Al principio me persiguió el fantasma de Morena Arriaga, me incomodaba la idea de que hubiera estado en la casa. Pensaba que ella había dispuesto el lugar de las cosas, que la decoración respondía a su gusto y me fastidiaba. Intentaba renovar los ambientes y no sabia cómo hacerlo, de esas cosas siempre se ocuparon mamá y Cecilia. Con la protección de papá siempre viví según me dictaban la piel y el corazón, al cerebro le daba poca importancia. Veía los anaqueles repletos de libros, quería leerlos y temía aburrirme. Julio los devoraba mientras yo me deleitaba con las revistas de actualidad.
 Mi inseguridad hizo crisis, me consideraba insignificante, pobre de conocimientos, desnuda de sociabilidad. No sabía cómo desenvolverme, los demás lo notaban y me sobreprotegían. El ama de llaves me cuidaba como si fuera su hija, el jardinero me mimaba y Julio festejaba mis chiquilinadas como un tío solterón y yo quería ser la señora de la casa. Tampoco podía ostentar ese lugar porque ante la ley no era la señora Pellegrini, era Leticia Nocetti, estado civil, soltera.
 Me sentía nada en medio del todo.

CONTINUARÁ...

sábado, 16 de marzo de 2013

Todo es realidad, nada es cuento (1 parte)

LA CASA DE LA COLINA

La naturaleza puso todo su esplendor en el lugar en que nací. Un manto verde se desplaza gallardo entre las rocas que, con no menos orgullo, exhiben su tostado permanente. Esas tonalidades, claras por aquí, oscuras por allá, brillantes por doquier, sirven de marco a cerros y colinas. El mar no podía estar ausente y ruge desde su inmensidad azulada. Siempre tuve la sensación de que el Génesis y el Apocalipsis se juntaron, que nada hubo antes ni habrá después y entre ambos, sólo la belleza de mi pueblo. Como así también creía que nada existía fuera del amor de Ricky.

 Así es mi tierra, tímida y salvaje, bella y caprichosa. Allí están los que amo. Están los recuerdos y los olvidos. Están las alegrías y las tristezas. Están en mi casa, mis calles, mi escuela, mi iglesia. Y está también la casa de los Pellegrini.
 Era para mí una vivienda más. Alejada de la mía, enigmática allá en lo alto no despertaba mi interés, sin embargo los comentarios hicieron que le prestara atención. Decían que el mar llegaba para besar su planta y que hacia una reverencia y se retiraba porque ella, orgullosa como su propietario, no permitía que le mojara los pies. Se comentaba que la habitaba un hombre solitario del que no se sabia mucho. Dueño de campos, amante de la ciudad. Nunca caminaba por el pueblo.
 Cuando íbamos a la playa debíamos pasar por el costado. Con mis amigas hacíamos bromas sobre Julio Pellegrini, al que llamábamos el viejo. Nos mofábamos de su soledad e imaginábamos a la vivienda con olor a azufre y alcanfor. Pero algo me intrigaba y me preguntaba por qué si era un ermitaño, los vehículos entraban y salían. No entendía cómo una casa desierta podía estar rodeada de flores que constantemente ofrecían un arco iris encantador. Notaba esas incongruencias y me las guardaba porque nadie me hubiese escuchado.
 Revuelo familiar. ¡La nena tiene novio! Mis hermanos, Darío con diecinueve y Cecilia con dieciocho, no tienen pareja y yo, a los catorce, me declaro enamorada de Ricky, un chico de mi colegio. Que soy chica, que primera están los estudios, que las salidas están prohibidas. Al principio los enfrenté, pero después con la complicidad de mis hermanos pude actuar sin despertar sospechas y con Ricky convertimos nuestros encuentros furtivos en pasajes edénicos. 
Cada instante tiene sabor a eternidad, nos prometemos amor por siempre y nos juramos amarnos aun después de la muerte.
 Pasamos dos años de amores a escondidas. Felices. Despreocupados. Yo siempre partía con uno de mis hermanos a cuestas para la tranquilidad de mis padres. Integrábamos un grupo de chicos y chicas muy divertidos, entre los que estaba Ricky.
  Como la voz del pastor que emerge entre los cerros, imprudente y prolongada, llegó el rumor del casamiento del viejo Pellegrini. Se casaba con Morena Arriaga, una ignota dama de la ciudad y lo hacía en la iglesia del pueblo, en oposición a sus hábitos metropolitanos.
  Presenciar la ceremonia fue la excusa perfecta para estar con Ricky un sábado de noche sin que en casa sospecharán. Con diecisiete años, a punto de recibirme de Perito Mercantil y Ricky con diecinueve y tres materias de Abogacía aprobadas, éramos merecedores de un poco más de libertad. Sólo un poco. Mi madre seguía con la letanía de "Estás perdiendo tus mejores años al lado del que primero conociste". Ricky no era el primero que conocí sino el que elegí entre todos los conocidos.
  No era un casamiento más, era la oportunidad de conocer al viejo ermitaño que se une a una mujer, seguramente a imagen y semejanza. Acudimos en grupo bullicioso, como siempre. Esperamos en el atrio, Ricky aferrado a mi cintura y yo feliz de sentir su protección.
  Termina la ceremonia. Los novios avanzan por la nave central. Ella elegantísima con un vestido al cuerpo, color natural, guantes de encaje y un rosario de cuentas diminutas. Tiene la nariz como el águila, los labios escondidos y una expresión dura en toda la cara. Él, de jaquette, sus cabellos del color que deja el arado en el surco, los ojos verdosos, chispeantes detrás de un manojo de pestañas. Está a un metro de distancia. Lo miro y un gusanito me penetra por los ojos, por los oídos, por la respiración, por la piel, recorre el torrente sanguíneo y se aloja en el corazón. De soslayo veo la imagen de Ricky y se achica despiadadamente.
 Al otro día, con el temor de que el rubor me delatara, le pregunté a mamá la edad de Julio Pellegrini. Debe tener treinta, me respondió con indiferencia.
 Sigo recordando las contradicciones de la casa de la colina. No sé por qué allí las plantas se yerguen altivas, no por vanidad, sino a la espera de que la brisa marina le susurre mensajes diferentes. Intuyo que las flores que la rodean están ansiosas por adormecerse en otros columpios y que esa construcción imponente le gustaría que el mar deponga sumisión y la golpee con sus olas hasta dejarla aterida e indefensa. Pero debo dejar de pensar porque cada vez que pasamos camino a la playa, me convenzo más de que Pellegrini pertenecen a otro mundo. Mundo al que jamás tendré acceso ni podrán tener ninguno de mis amigos a pesar de la sencillez que descubrimos la noche del casamiento.
 Ricky en la Facultad y yo en casa. Inexplicablemente un humo tenue se extendió entre los dos. Estoy triste y confundida. Más confundida que triste. Las golondrinas retrasan el regreso tal vez porque están anidando en la sonrisa de esa compañera de estudios que acompaña a Ricky en los últimos tiempos o quizás porque ya anidaron en los ojos verdosos descubiertos en la puerta de la iglesia después de la boda.
 Como la voz del pastor que emerge entre los cerros imprudentes y prolongada, corrió el rumor del divorcio de Julio Pellegrini y en mis oídos sonaron violines. De la esposa no se supo más, sólo comentarios de que se radicó en Europa. Mis amigas me contaron que habían visto a Julio en su camioneta por el pueblo. Ya no lo llamaban el viejo.


CONTINUARÁ...

viernes, 8 de marzo de 2013

Tus pertenencias


Un hombre murió Intempestivamente
Al darse cuenta vio que se acercaba Dios quien llevaba una maleta consigo y le dijo:
Bien hijo mio, es hora de irnos
El hombre asombrado le preguntó a Dios
Ya... tan pronto tenía muchos planes...
Lo siento hijo... pero es el momento de tu partida
Qué traes en esa maleta?
-Tus pertenencias...
Mis pertenencias?
Son mis cosas, mis ropas, mi dinero?
-Lo siento hijo, las cosas materiales que tenías, nunca te pertenecieron... Eran de la tierra.
...Traes mis recuerdos?
-Lo siento hijo, esos ya no vienen contigo nunca te pertenecieron, eran del tiempo...
...Traes mis talentos?
Lo siento hijo pero esos nunca te pertenecieron... Eran de las circunstancias
...Traes a mis amigos, a mis familiares?
Lo siento hijo pero ellos nunca te pertenecieron... Eran del camino
...Traes a mi mujer y a mis hijos?
Lo siento hijo ellos nunca te pertenecieron... Eran de tu corazón
...Traes mi cuerpo?
Lo siento hijo... Ese nunca te perteneció... Ese era del polvo
...Entonces, traes mi alma?
-Lo siento hijo pero ella nunca te perteneció... Era mía
Entonces el hombre lleno de miedo arrebató a Dios la maleta y al abrirla se dio cuenta que estaba vacía, con una lágrima de desamparo brotando de sus ojos, el hombre le dijo a Dios
-Nunca tuve nada?
Si... hijo mío... Cada uno de los momentos que viviste fueron sólo tuyos...
La vida es sólo Un momento... Un momento todo tuyo
Disfrútalo en su Totalidad...
Que nada de lo que crees que te pertenece te detenga...